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Hundir la escuela pública (I)

04/10/2011

Un poco de historia

Decía Montaigne que el niño no es una botella que hay que llenar sino un fuego que hay que encender. La educación es el combustible necesario para que la persona llegue a ser un verdadero ser humano.

Lo entendieron bien los republicanos progresistas que convirtieron a los maestros en agentes de regeneración social de la II República española. Aquel sueño lo rompió una cruel Guerra Civil y esta democracia nuestra no ha logrado del todo restaurarlo.

Nunca como ahora se ha hablado tanto de la escuela pública. Pero la paradoja es que se le pide que lo arregle todo cuando no se le da nada y se desconfía de ella como nunca. Aquellos venerables maestros de escuela “muertos de hambre” eran respetados por todos. A los de ahora nadie los respeta.

Hay un desequilibrio tan grande entre lo que se le pide a la escuela pública y los medios de que dispone que la enseñanza se ha convertido en una tarea de titanes. Se han multiplicado por ocho las depresiones de los profesores en los últimos años.

Educar es un acto de coraje y el educador debe ser entusiasta y optimista. Creer en el cambio y confiar en el futuro. Hoy es cada vez más difícil.

¿Cómo puede la escuela sola acometer la tarea de civilizar y marcar pautas en el entorno áspero y maleducado que nos rodea?

La educación es tarea de toda la sociedad y parece que nos han dejado solos. ¿Cómo hemos llegado a esto?

Siempre es saludable acudir a la historia para entender el presente y mucho más ahora. Porque oscuros intereses, pero con fines muy claros, están intentando enmarañar nuestro pasado para manchar un presente que no les gusta y propiciar un futuro que quieren solo suyo y de sus élites, no de todos.

La tan denostada LOGSE entró en vigor hace más de 20 años. Su fin primordial era la educación obligatoria hasta  los 16 años. Hoy nadie lo discute, aunque se intenta apartar a los menos dotados. Pero el resto de sus propuestas siguen sin cumplirse: integración efectiva de los discapacitados, derecho universal a la educación infantil, autonomía de los centros, atención a la diversidad y disminución de las ratio.

La LOGSE no era perfecta: cometió el error de intentar imponer a los docentes el modo de enseñar. Deslumbrada por los gurús de la nueva pedagogía despreció la memoria y los contenidos. Nadie puede reflexionar sobre lo que no sabe.

Divinizó la motivación, cuando ésta sola no es nada sin los conocimientos. Los alumnos aprenden con cualquier modelo sólo necesitan esfuerzo y ganas. Sobraba terminología y faltaba mucho sentido común.

Se despreció al profesorado, al que se le consultó muy pocas veces, y se le ignoró sin comprender que era el aliado necesario para el final feliz de las reformas.

Pero estos defectos subsanables, sin ninguna duda, se magnificaron y se creó un sofisma de proporciones gigantescas que vino como anillo al dedo para los intereses de ministras de Educación neoliberales como Esperanza Aguirre o paradójicas exizquierdistas como Pilar del Castillo: todos los males de la enseñanza vienen de la ley de los socialistas, repetían como un mantra.

Y era mentira: la ley se aplicó mal, tenía defectos, pero sobre todo interesaba acabar con la enseñanza pública. La crisis económica del 93 la frustró y el gobierno neoliberal del 96 la apuntilló. Se le hurtó financiación y no se implantó de manera leal.

Fue sometida a una muerte lenta por inanición que es más limpia y efectiva que el asesinato directo. Además, no mancha y no provoca tantas protestas.

Se intentó cambiar, sin acabar de implantarse en 2003. Y, hoy, la nueva LOE intenta volver a aquellos ideales pero es acosada de nuevo, y con fuerzas renovadas, por las fuerzas vivas del mercado y la Iglesia. Hoy ya ni se guardan las formas.

El debate esencial es qué se debe enseñar para formar ciudadanos libres, críticos, democráticos, solidarios y justos que sean capaces de encarar la sociedad mestiza y complicada que nos aguarda.

Pero se ha centrado en la financiación de la concertada. Los obispos nos han engañado y ya tienen la financiación que querían -a cuenta de nuestros impuestos- y los políticos ultraliberales aprovechan la crisis, que ellos crearon, para apuntillar a la escuela pública. La causa de muchos males no es la LOE es la injusticia de una escuela clasista.

En Madrid y Valencia seguimos con generosos conciertos a la educación religiosa que se disparan cada año, mientras el peso de la inmigración es para la pública, un  80% y subiendo.

No han sido valientes en ningún Gobierno y de nuevo estamos solos frente a  más problemas y sin medios.

Ahora, además, suprimen tutorías, recortan profesores y aumentan el número de alumnos por clase. Los males ya no sólo vienen de la ley perversa sino de la “vagancia” de los profesionales de la pública.

Esto es ya más grave. Alentar discursos contra la formación de todos puede encender una mecha peligrosa que puede traer fracturas sociales como las de los disturbios franceses de 2005 o los de Londres de este verano. Algo que nos pasaría factura a todos.

La educación suprime la barbarie. Todos queremos una buena educación para nuestros hijos. Pero educar es una tarea compartida. La escuela pública no puede hacerlo sola. Necesita que los padres luchen también por la igualdad y la justicia. Y eso se llama escuela pública fuerte, bien dotada y gratuita.

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