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Actualidad de Antonio Machado

08/04/2024

 

Un mayo de hace más de cien años, llegó a Soria un hombre íntegro, esencialmente bueno.

Tímido y solitario, pero optimista y valiente.

Iba a dar clases de francés. Se llamaba Antonio Machado y no tenía vocación de profesor. Pero era un maestro sin saberlo.

Solo era un poeta que necesitaba trabajar para comer.

Pero en Soria se convierte en un hombre nuevo, y la sombra de su compromiso amable y humano perdura más allá de sus versos.

Nunca dejó de decir la verdad, aunque doliera.

En estos tiempos de falsedad y retórica vacía en los que triunfan los “lechuzos tarambana” y “sayones con hechuras de bolero” de sus lúcidos versos, conviene volver a sus sabias palabras para aprender sensatez, concordia y reflexión.

Su compromiso era con las personas.

Su forma de acción, la escritura;  y su meta, la justicia y la igualdad fraterna.

Como le gustaba repetir:

Nadie es más que nadie.

En sus planteamientos pedagógicos, siempre defendió enseñar al alumnado a pensar por sí mismo, frente al dogmatismo de los métodos escolásticos. Enseñar a dudar de todo con humor escéptico, para huir de la peligrosa seguridad del fascismo.

Sus palabras suenan hoy actuales y necesarias:

 En España no se dialoga, porque nadie pregunta como no sea para responderse a sí mismo.

El sabio maestro nunca calló. Aunque no fue nunca un militante, no se afilió nunca a ningún partido, siempre defendió la legalidad y el activismo ciudadano.

Su denuncia de la mentira vuelve a sonar tristemente actual, muchos años después:

Se lanza un hecho, se acepta como fatalidad y al fin se convierte en bandera. Si un día se descubre que el hecho no era cierto, la bandera no deja de ondear más o menos descolorida.

Antonio Machado llegó al compromiso de la mano de las preocupaciones sociales y se convirtió en actor apasionado de la política:

Pertenezco a una generación que cometió el grave error de no ver sino el aspecto negativo de la política. Ignoraba que sería una actividad de vida o muerte para nuestra patria.

Hay un texto inédito en el que Machado establece claramente las claves del golpe de estado franquista contra la legalidad de la II Republica:

Y surgió la rebelión de los militares, la traición madura y definitiva que se había gestado durante años enteros.

Fue uno de los hechos más cobardes que registra la historia. Los militares rebeldes volvieron contra el pueblo todas las armas que el pueblo había puesto en sus manos para defender la nación, y como no tenían brazos voluntarios para empuñarlas, los compraron al hambre africana, pagaron con oro que tampoco era suyo, todo un ejército [corregido, horda] de mercenarios.

Y como esto no era todavía bastante para triunfar de un pueblo casi inerme, pero heroico y abnegado, abrieron nuestros puertos y nuestras fronteras a los anhelos imperialistas de dos grandes potencias europeas.

¿A qué seguir?… Vendieron a España.

Cuando el golpe de estado franquista estaba acabando con el sueño de la España nueva, viejo y enfermo de cuerpo, pero joven y entusiasta de espíritu, habló a los jóvenes encaramado a un tingladillo en la plaza Castelar de la  Valencia republicana. Su corto pero certero discurso fue aplaudido fervorosamente.

Venció su timidez para, entre otras cosas, denunciar el alevoso asesinato del amigo Lorca a manos de los golpistas.

Aquel republicano avisa a los jóvenes del peligro de olvidar los ideales y convertirse “en viejos avaros de bienes materiales, codiciosos del mando y el individualismo”.

Fue en Valencia, un 1º mayo de 1937.

El mismo día que se confesó demasiado romántico e idealista para ser marxista.

El día que recordó emocionado al Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE y la UGT. Machado lo había escuchado, cuando era solo un niño, en el Retiro madrileño y confesó que fue él quien le enseñó el camino de la solidaridad.

Recordándolo, había escrito en 1938:

De lo único que puedo responder es de la emoción que en mi alma iban despertando las palabras encendidas de Pablo Iglesias. Al escucharle, hacía yo la única reflexión que sobre su oratoria puede hacer un niño: ‘Parece que es verdad lo que este hombre dice’.

A Antonio Machado nunca le gustaron los políticos de espolones y malas tripas y siempre defendió la sabiduría del pueblo.

Pero, cuidado, el pueblo no es la masa conformista, sino la suma de individualidades libres que no se dejan manejar, precisaba.

Y siempre recordaré lo que les dijo a los jóvenes en su emocionante discurso:

 Acaso el mejor consejo que puede darse a un joven es que lo sea realmente. Ya sé que a muchos parecerá superfluo este consejo. A mi juicio, no lo es. Porque siempre puede servir para contrarrestar el consejo contrario, implícito en una educación perversa: procura ser viejo lo ante posible. 

Este lúcido profeta tuvo que cruzar la fría frontera francesa herido de cuerpo y alma. Nunca volvió a su España.

«Su grandeza espiritual se sobrepuso a tantas fatigas -espirituales- y corporales con la resignación de un verdadero santo», dijo de los último días de Antonio Machado su hermano José. La foto muestra el impresionante rostro del poeta poco antes de su muerte en el exilio.

 

Lo expulsaron los que confunden valor y ferocidad.

Los mismos que siguen helando el corazón de la verdadera libertad, de la rabia y de la idea.

Hoy, quiero esperar con él:

…otro milagro de la primavera.

Louise Michel. La maestra comunera que siempre defendió a los desprotegidos

25/03/2024

Barricada defendida por mujeres. Comuna 1871

 

Comuneras

Todo el poder a los barrios. Cada barrio era una asamblea.

Y en todas partes, ellas: obreras, costureras, panaderas, cocineras, floristas, niñeras, limpiadoras, planchadoras, cantineras. El enemigo llamaba petroleuses, incendiarias, a estas fogosas que exigían los derechos negados por la sociedad que tantos deberes les exigía.

El sufragio femenino era uno de esos derechos. En la revolución anterior, la de 1848, el gobierno de la Comuna lo había rechazado por ochocientos noventa y nueve votos en contra y uno a favor. (Unanimidad menos uno).

Esta segunda Comuna seguía sorda a las demandas de las mujeres, pero mientras duró, lo poco que duró, ellas opinaron en todos los debates y alzaron barricadas y curaron heridos y dieron de comer a los soldados y empuñaron las armas de los caídos y peleando cayeron, con el pañuelo rojo al cuello, que era el uniforme de sus batallones.

Después, en la derrota, cuando llegó la hora de la venganza del poder ofendido, más de mil mujeres fueron procesadas por los tribunales militares.

Mujeres arrestadas en la Comuna

Una de las condenadas a deportación fue Louise Michel.

Arresto de Louise Michel

Esta institutriz anarquista había ingresado a la lucha con una vieja carabina y en combate había ganado un fusil Remington, nuevito. En la confusión final, se salvó de morir; pero la mandaron muy lejos. Fue a parar a la isla de Nueva Caledonia.

Campo de trabajos forzados Nueva Caledonia

Mujeres de la Comuna ante el Consejo de guerra

Eduardo Galeano, «Espejos. Una historia casi universal».

 

Louise

—Quiero saber lo que saben —explicó ella.

Sus compañeros de destierro le advirtieron que esos salvajes no sabían nada más que comer carne humana:

—No saldrás viva.

Pero Louise Michel aprendió la lengua de los nativos de Nueva Caledonia y se metió en la selva y salió viva.

Ellos le contaron sus tristezas y le preguntaron por qué la habían mandado allí:

—¿Mataste a tu marido?

Y ella les contó todo lo de la Comuna:

—Ah —le dijeron—. Eres una vencida. Como nosotros.

Eduardo Galeano, «Espejos. Una historia casi universal».

***

Vale la pena profundizar en La Comuna de París de 1971 y en una de sus figuras femeninas esenciales, Louise Michel, tras leer estas magníficas piezas de Eduardo Galeano.

La Comuna de 1871 fue la gran referencia de todos aquellos que querían subvertir el orden capitalista.

En la colina de Montmartre, hace 153 años, el pueblo de París se levantó en armas contra el Estado francés para autogobernarse durante 72 días.

A los pies de Montmartre, vigilante, la plaza Louise Michel perpetúa todavía hoy la memoria de la Comuna de París.

El año anterior, 1870, el emperador Napoleón III había sido derrotado en la guerra franco-prusiana. El canciller alemán Otto von Bismarck esperaba una rápida rendición de Francia. Pero se produjo un levantamiento popular, encabezado por León Gambetta, líder de la oposición republicana en la Asamblea Nacional, que proclamó la Tercera República francesa.

Al no ver ninguna posibilidad de negociación, Bismarck ordenó a sus tropas sitiar la ciudad de París, para conseguir la rendición del nuevo gobierno. Durante cinco meses, la ciudad de la luz sufrió el aislamiento y la escasez de alimentos, y sus habitantes no tardaron en encontrar alternativas para paliar el hambre.

La carne de caballo, hasta entonces un recurso muy barato para los estratos más pobres, se convirtió durante el asedio en un artículo de lujo. Estimaciones de la época fijan en alrededor de sesenta y cinco mil los caballos que fueron sacrificados entre septiembre de 1870 y enero de 1871. Quienes no podían permitirse carne equina empezaron a perseguir, capturar y matar perros, gatos, palomas y ratas por instinto de supervivencia.

La carne de rata, consumida en principio por las clases más bajas de la ciudad, disparó su precio a raíz de que se pusiera de moda entre la alta sociedad el paté de rata.

Y, arrasados por la hambruna, los parisinos se comen hasta a los animales del zoo.

El zoo Jardines des Plantes llegó a sacrificar a su atracción turística más popular, la pareja de elefantes Castor y Pollux, que solían pasear a los visitantes del recinto montados a su grupa.

La imagen anterior muestra el menú de Navidad de un exclusivo restaurante en  1870.

Cabeza de burro estofado, consomé de elefante, nuggets de camello, guiso de canguro… 

De la depredación de animales del zoo solo se salvan monos, grandes felinos y los hipopótamos. Estos últimos, por el elevado precio que les pusieron.

Ante la situación de hambruna insostenible, a finales de enero, el Gobierno capitula.

El 18 de marzo de 1871, el pueblo de París se niega a entregarle al Gobierno los 227 cañones que había pagado por suscripción popular para defender la ciudad del asedio prusiano.

La ciudadanía se había sentido traicionada por su propio Gobierno. Se sintió humillada cuando el soberano enemigo, el rey Guillermo de Prusia, fue coronado káiser de Alemania en el palacio de Versalles.

Asustado ante la determinación del pueblo parisino, el Gobierno abandonó la capital y dejó el poder efectivo de la ciudad en manos de la Garde Nationale, que convocó elecciones municipales.

El Consejo de la Comuna fue una representación del pueblo trabajador de París, “el momento de la historia de Francia donde más obreros han accedido a puestos de poder”, según la historiadora Mathilde Larrère. Anarquistas, internacionalistas, jacobinos, socialistas, republicanos radicales, todas las tendencias políticas revolucionarias de aquel siglo XIX crepuscular cabían dentro del edificio del Ayuntamiento.

En apenas 72 días, el Consejo de la Comuna, elegido por sufragio universal masculino, prohibió la expulsión por impago de los inquilinos, requisó los inmuebles vacíos y los talleres abandonados por los patrones, donde instauró la jornada laboral de 10 horas, dio la ciudadanía a los extranjeros, decretó la separación entre la Iglesia y el Estado, reconoció la unión libre de las parejas, facilitó el divorcio, permitió la educación obligatoria, laica y gratuita.

Organizadas en clubes de debate y en torno a la Union des Femmes, las mujeres jugaron un papel fundamental en la  supervivencia de la Comuna. La Comuna, sin embargo, nunca hizo efectivo el derecho al voto y a la participación política que tantas luchadoras reclamaron.

Michel con uniforme durante la Comuna

 

En una fotografía de esos días, Louise Michel, vestida con el uniforme gris de los “federados”, mira de frente, con una media sonrisa: “Nos gustaba, la víspera de los combates, hablar de las luchas por la libertad”, cuenta Michel en su libro de recuerdos de la Comuna de París.

En la sombra de espanto que desde diciembre cubría el segundo Imperio, Francia parecía muerta: pero en las épocas en que las naciones duermen como en sepulcros, la vida en silencio crece y se ramifica,

escribió.

Los avances humanistas de la Comuna fueron reprimidos por la burguesía. 130.000 soldados conscriptos, reclutados por un periodo de siete años, sembraron el terror en nombre del gobierno. Hay que imaginarse un cadáver en cada calle de París. La represión armada dejó entre 10.000 y 20.000 muertos.

 

Unos pocos comuneros acabarían llegando a España. Y participaron en el Cantón de Cartagena.

Kristin Ross, profesora de Literatura Comparada en la Universidad de Nueva York afirma, en su libro Communal Luxury: The Political Imaginary of the Paris Commune (Lujo comunal: el imaginario político de la Comuna de París, Akal, 2016) que la Comuna nunca ha sido vencida. Y afirma:

En mi libro, la Comuna de París reemerge liberada de esa historiografía, y ofreciendo una clara alternativa al centralismo del Estado socialista. Al mismo tiempo la Comuna nunca se ha adaptado fácilmente, en mi opinión, al rol que la historia nacional francesa le atribuye como una especie de fase radical en el establecimiento de la República. Liberándola de las dos historias que la han instrumentalizado, estaba segura de que podríamos percibir la Comuna nuevamente como un laboratorio de invención política.

Louise Michel era hija natural de una sirvienta, Marie Anne Michel, y del terrateniente Étienne-Charles Demahis o, más probablemente, de su hijo, Laurent Demahis.

Fue acogida y educada por la familia de su padre.

Sus abuelos paternos le dieron una buena educación basada en principios liberales, y Louise leía a Voltaire y a Jean-Jacques Rousseau.​ En sus memorias, Louise Michel recuerda su infancia como un periodo muy feliz de su vida. Soñaba con ser poeta.

Estudió la carrera de maestra y siempre apostó por una escuela libre. Su rechazo a prestar juramento a Napoleón III le impidió entrar en la enseñanza pública.

Su labor social y militante va desde la creación de comedores infantiles a la de orfanatos laicos.

Durante los años 60, Michel se mueve como pez en el agua entre la red de cooperativas, publicaciones, escuelas, clubs políticos y asociaciones de mujeres que serán imprescindibles para que la Comuna pueda florecer con el cambio de década.

Mujeres Comuna ante Consejo de guerra

Tras la derrota de la Comuna, Michel escapó del fusilamiento tras la caída de la ciudad, pero se entregó para salvar a su madre, capturada como rehén en su lugar. Se enfrenta al cuarto consejo de guerra. Los cargos: intento de derrocar un gobierno; instigación de una guerra civil; utilización de armas para la insurrección; falsificación de documentos; planear el asesinato de rehenes; ser partícipe de arrestos ilegales.

Ilustración de Belén Moreno

La acusada rechazó defenderse y retó a los hombres que debían decidir sobre su vida:

Ya que, según parece, todo corazón que lucha por la libertad solo tiene derecho a un poco de plomo, exijo mi parte. Si me dejáis vivir, no cesaré de clamar venganza y de denunciar, en venganza de mis hermanos, a los asesinos de esta Comisión.

Louise Michel, acabó deportada a las posesiones de Nueva Caledonia.

Louise Michel en Nueva Caledonia

Estuvo desterrada en Nueva Caledonia siete años. Estudió y recogió datos sobre la fauna y la flora de la isla, elaboró un repertorio que enviaría al Instituto Geográfico en París. Durante esos años, se acercó a los canacos, considerados peligrosos por la mayoría de los franceses. Aprendió su lengua y desarrolló una labor educativa con los nativos, por los que tomaría partido en la revuelta de 1878, a diferencia de muchos otros deportados comuneros.

Regresa a Francia en 1880 y el pueblo parisino le dio una calurosa bienvenida y fue ovacionada por la multitud .

Semanas después es encarcelada, y no queda libre hasta 1886. Pero estuvo siempre vigilada y hasta llegó a ser ingresada en un psiquiátrico. Otra mujer libre a la que se acusa de «loca».

Pero, con 50 años y una intensa vida a sus espaldas, retoma su compromiso con la misma fortaleza. Hasta su muerte, 25 años más tarde en plena gira de conferencias para trabajadores, seguirá luchando codo con codo con desempleados, prostitutas y hambrientos, sufriendo órdenes de busca y captura, grilletes y mazmorras, buscando hacer realidad su poema “Volveremos”, escrito en la prisión de Versalles poco después de la caída de su añorada Comuna:

¡Pasará el tiempo, los días, los años!
¡Crecerá la hierba sobre los muertos!
Acabará sus días lo que hoy nazca;
Los barcos no volverán a los puertos
Pasarán las noches oscuras,
se harán polvo las altas montañas,
las celdas, las tumbas,
pasarán como las olas
pero, proscritos o muertos,
volveremos.

Volveremos en multitud innumerable;
Volveremos por todos los caminos,
como espectros vengadores saliendo de la sombra,
volveremos apretando los puños.
Unos en sus pálidos sudarios,
otros todavía sangrantes,
lívidos bajo las rojas banderas
los huecos de las balas en sus flancos.

¡Todo acabó!
Los fuertes, los valientes,
todos habéis caído, oh, mis amigos,
y ya se arrastran los esclavos, los traidores y los viles.
pero ayer, yo os soñé,
hermanos míos,
hijos del pueblo victorioso,
fieros y valientes como nuestros padres marcharon,
con la Marsellesa en los ojos.

Hermanos, en tal desmedida lucha,
amé vuestro coraje ardiente,
bajo la metralla rugiente y tonante,
con las rojas banderas flameando al viento
Volveremos por todos los caminos
Volveremos…

Louise Michel dejo escrita su experiencia en el libro Memorias de la comuna en 1898. Traducido y publicado por La Malatesta Editorial.

Es una crónica minuciosa, en primera persona, de manos de Louise Michel, quien no evita señalar los errores cometidos pero que no duda en aquilatar este movimiento revolucionario en su justa medida.

Fue un triunfo obrero, un breve destello de un futuro igualitario, que pudo entreverse. La Comuna fue ahogada en sangre por la confluencia de antiguos enemigos que, ante este sueño de libertad, se ponen de acuerdo para pasar por las armas a sus propios conciudadanos.

El día del entierro de Louise Michel, el 22 de enero de 1905, coincidió, casi como un destino anunciado, con el inicio de la primera Revolución rusa.

Louise Michel fue llamada la “Virgen Roja” y el poeta Paul Verlaine la comparó con una Juana de Arco del proletariado. Victor Hugo (con quien intercambió correspondencia durante años) le dedicó varios versos. Admiraba sus preocupaciones, su entrega, su olvido de sí misma, su odio a todo lo inhumano; hablaba de “un resplandor visto en una llama”.

Louise Michel defendía la lucha de las mujeres por derechos, a la vez que estaba convencida de que solo en alianza con todas y todos los explotados y oprimidos podría conseguir la victoria de sus ideas.

Su esperanza, incluso después de la derrota de la Comuna de 1871, se mantuvo inquebrantable hasta el último respiro. Cuando uno de sus compañeros fue condenado a muerte, escribió en uno de sus poemas: “En tiempos cambiantes, todo pertenece al futuro”.


11M

11/03/2024

Leí esta entrada el 17 de marzo de 2014, en la radio. En el programa semanal Nos queda la Palabra.

Aún nos dolía el alma sobre todo por lo sucedido pero también por las mentiras de un gobierno indigno de Aznar, que intentó engañar a todo un país y hasta al mundo entero.

La ciudadanía habló y castigó sus mentiras en las urnas.

Acabé esperanzada diciendo: Ojalá hayan muerto también la crispación, el odio y la mentira.

Tristemente, me equivocaba.

Hoy, veinte años después, crispación, odio y mentira, siguen vivos y recrudecidos.

Un logro de quienes tienen un concepto patrimonial del poder y no aceptan las derrotas democráticas. Ni en las urnas, ni en el Parlamento.

Hoy, veinte años después, solo quiero recordar a las víctimas.

 

Oswaldo Guayasamín

 

El dolor ahoga las palabras. No hay modo de expresar la terrible sensación que el alma no puede ni siquiera asimilar. Todos hemos sido atacados por la irracionalidad del fanatismo

Han sido demasiados muertos. Muchos los heridos físicos, y excesivas las heridas morales que dejan familias rotas para siempre.

Oswaldo Guayasamín

Después de los terribles días vividos, con el corazón destrozado y las entrañas oprimidas, tras la confusión que impedía pensar, llega la hora de la reflexión.

Hoy, lo único que alivia la pena y nos reconcilia con el ser humano es la victoria de la democracia civilizada. Esa misma democracia, imperfecta a veces que permite plantar cara al dogmatismo y al terror venga de donde venga.

Se siente orgullo al pertenecer a un pueblo que no se merece a sus gobernantes. Un pueblo que ha sabido contener la rabia en sus entrañas, que lloraban a los muertos, y acudir a votar masivamente como única respuesta cívica a la inhumanidad y a la muerte.

Lo que nos reconcilia con la vida es la razón, la antiviolencia y el comportamiento democrático por encima de partidismos, de banderas y de diferencias. Es lo único que nos aparta de la animalidad.

Por eso es tan importante que esta corriente de participación cívica, de compromiso ciudadano, manifestado el pasado domingo siga cada día.

Deben entenderlo nuestros políticos, a los que el pueblo ha dado una lección impresionante de comportamiento democrático.

Debe seguir  en todos nosotros, exigiendo a los que nos gobiernen la transparencia y la información que se nos había hurtado.

Debe seguir en la vigilancia atenta a las actitudes del poder y, sobre todo, participando en la mejora de la convivencia.

Nos lo exigen los 200 muertos y los más de mil heridos del atentado de Madrid. Nos lo exige nuestra naturaleza humana y, por encima de todo, la necesidad de seguir viviendo sin el horror y el miedo.

Faltan las palabras, porque el dolor es inhumano, pero hay que hacer un esfuerzo y seguir.

Serenamente.

Haciendo hablar a la razón y recuperando  la sensatez.

La violencia sólo engendra violencia. Las palabras deben sustituir a las armas, la razón a la muerte y la serenidad a la crispación.

Harían falta horas de silencio por los muertos, toda una vida para reflexionar sobre nuestras culpas, las de un mundo que ha sido capaz de generar este horror.

Nuestra sociedad ha vivido anestesiada hasta que un despertador demasiado terrible la ha sacado de su letargo.

Todos hemos muerto un poco en el atentado de Madrid. Ojalá hayan muerto también la crispación, el odio y la mentira.

Al fin, hoy es posible la esperanza. No la defraudemos.

17-3-2004

Agustina González, la intelectual rompedora que inspiró a Lorca

03/03/2024

 

Federico García Lorca estrenó La zapatera prodigiosa, farsa violenta en dos actos, en 1930.

Y, en su comienzo, el personaje de El Autor declara:

El autor ha preferido poner el ejemplo dramático en el vivo ritmo de una zapaterita popular. En todos los sitios late y anima la criatura poética que el autor ha vestido de zapatera con aire de refrán o simple romancillo y no se extrañe el público si aparece violenta o toma actitudes agrias, porque ella lucha siempre, lucha con la realidad que la cerca y lucha con la fantasía cuando ésta se hace realidad visible.

La criatura poética era real y tenía nombre. Se llamaba Agustina González López y compartió destino trágico con el dramaturgo y poeta. El siniestro fascista Juan Luis Trescastro, que se  jactó de haber asesinado a García Lorca, también se arrogaba el asesinato de esta intelectual rompedora y combativa. La Zapatera y el poeta  fueron asesinados en el mismo lugar: el barranco de Víznar.

Lorca la había conocido hacia 1916 y sabía que, como la criatura poética de la obra teatral, Agustina González luchó siempre con la realidad que la cercaba: la Granada intolerante, patriarcal y tradicionalista.

Agustina González, La Zapatera, era una gran lectora, pensadora, pintora vanguardista y escritora de teatro y ensayo. Su obra digitalizada puede consultarse en la página de la Biblioteca Nacional de España, aquí.

Era una activa feminista, de las primeras en España en adoptar las teorías de las sufragistas inglesas, a favor del voto las  mujeres.

Su ideario feminista también le hizo dotar de naturaleza femenina a la tercera persona de la Trinidad, como había hecho Helena Blavatsky, una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y citada en la escena novena de Luces de Bohemia por Valle- Inclán.

MAX: ¡Calla, Pitágoras! Todo eso lo has aprendido en tus intimidades con la vieja Blavatsky.
DON LATINO: ¡Max, esas bromas no son tolerables! ¡Eres un espíritu profundamente irreligioso y volteriano! Madama Blavatsky ha sido una mujer
extraordinaria, y no debes profanar con burlas el culto de su memoria. Pudieras verte castigado por alguna camarrupa de su karma. ¡Y no sería el primer caso!

Valle- Inclán, en Luces de bohemia y La lámpara maravillosa , incluye elementos teosóficos propios de esta corriente y los convierte en piezas clave para comprender dicha tendencia.

El perfil de Agustina González, diferente al modelo de mujer conservadora —esposa y madre, callada y sumisa— la puso en el punto de mira de los sublevados, tras el golpe de Estado franquista. Representaba el modelo de mujer nueva que floreció en La Edad de Plata, que abarca las generaciones del 98, del 14 y del 27, y que el patriarcado quería arrancar de raíz.

En 1919, Agustina González López la Zapatera de  Mesones, presidía la Agrupación Feminista Socialista (AFS).

Que fuera culta, libre y activista no podía perdonárselo la sociedad patriarcal y, como sucede en tantas ocasiones, fue tachada de loca, por desafiar el modelo de mujer establecido. Su libertad y su fuerza molestaban a sus asesinos.

En 1927, en su ensayo Justificación, Agustina González había querido explicar el porqué de su presunta conducta escandalosa, que era solo su deseo de libertad. Un rasgo de rebeldía y compromiso inédito en una mujer que nunca le perdonaron.

Agustina González había nacido en el popular barrio del Albaicín el 3 de abril de 1891, en la Placeta de Cauchiles.

Era la tercera hija de Antonio González Blanco y Francisca López López.

Su familia poseía una zapatería en en número 5 de la calle Mesones de Granada, de ahí su apodo.

En la zapatería que regentaba su padre vendía los opúsculos filosóficos que pocos compraban, y que ella se autoeditaba.

 

Ocultó su nombre bajo los seudónimos de Amelia y Paulina, con los que firmó alguna de sus pinturas y escritos. Y parece que el personaje de Amelia en otra obra de Lorca, La casa de Bernarda Alba, también está inspirado en Agustina González.

Agustina González y el poeta mantuvieron una buena amistad. En una entrevista, Lorca dice que “Agustina está en la otra orilla de la que nunca va a volver”. Son unos términos crípticos para hablar de la gente que tenía unos pensamientos más allá de la vida.

La Zapatera estudió en el Real Colegio de Santo Domingo de Granada. Desde muy joven mostro interés por la astronomía y la medicina. Seguía el ejemplo de la primera mujer médica de Granada, Eudoxia Piríz Diego, que se licenció en 1918.

Muere su padre, y sus hermanos mayores y los tíos paternos se encargan de su educación. Consiguió ser una lectora empedernida, después de que la familia se reuniera y le autorizara poder leer, simplemente leer. Pero en la calle, ya se encontró desde joven con el violento choque de una sociedad cerrada que le censuraba duramente su libertad y sus deseos. Así lo narra ella misma:

[…]  Aquella  noche  me  quedé leyendo  como  muchas  otras.  Ya había  yo  obtenido  el  permiso  de mi mamá y de mis dos hermanos mayores, para leer y estudiar hasta la hora que quisiera […] Hubo un  tiempo  en  que  más  que  prohibirme  que  leyera,  me  perseguían  tanto  mi  mamá  como  mis hermanos, para que no leyera; en ocasiones  me  formaban  una  discusión  hasta  por  coger  un  papel en  mis  manos  para  envolver  algún  objeto,  ellos  creían  que  era para  leerlo  y  me  lo  arrebataban, celosos  sin  duda  de  que  fueran lecturas  deshonestas  e  inconvenientes.  Lo  único  que  me  dejaban  leer  eran  los  cuentos,  creo que  no  me  quedaba  cuento  que a los trece años no hubiera leído. ¡Que  ironía!  Con  la  prohibición de  la  lectura,  sólo  consiguieron interesarme  por  ella.  Como  en las  luchas  siempre  vence  el  más fuerte  y  sobre  todo  el  que  sabe esperar,  llegó  el  día  que  me  concedieron de grado el permiso para leer  lo  que  quisiera  (después  de varios  consejos  familiares),  mi mamá  formaba  concilio  con  mis dos hermanos y ellos solían consultar con los hermanos de mi difunto padre.

Me  agradaba  solo  la  lectura de  las  ciencias,  ya  fueran  estas ciencias  oscuras  o  ciencias  exactas,  y  el  teatro  antiguo  y  moderno.

Para eludir esa vigilancia estricta, comenzó a vestirse de hombre con ropa de sus hermanos para poder salir. Hay recuerdos de ella vestida de hombre en el salón del café Suizo, a la hora de más clientela y subida en una silla, alzando la voz para proclamar sus credos libertadores.

En su libro Mi cuarto a espadas, Francisco Ayala escribe sobre ella, abundando en el reproche social a esta mujer rebelde:

Como bien puede comprenderse, conducta tal resultaba intolerable. Callejeaba mucho, entraba –¡y sola!– en los cafés y restaurantes y escribía cosas absurdas que hacía imprimir y ponía luego a la venta en el escaparate de su zapatería. 

Para evitar ser castigada, alegó «locura social» . No le importaba parecer una loca. Según ella misma escribió, la razón de esa «locura social» era que la libertad no le estaba permitida a las mujeres. Mujer inconformista era —y sigue siendo— sinónimo de «loca y desequilibrada».

Fue tachada de histérica y tuvo que someterse a largos periodos en cama y crueles tratamientos. Como someterla a friegas con agua caliente y fría en las piernas, que describió en sus libros como ”extremadamente dolorosa”.

Charcot ‘Lectures a La Salpêtrière’, Pierre-André Brouillet (1857-1914)

La histeria fue el método para catalogar y diagnosticar a las mujeres con una enfermedad, ante cualquier disidencia, diferencia o desobediencia por su parte. Se utilizaba la histeria como herramienta de control patriarcal hacia las mujeres diferentes, para oprimirlas, someterlas y silenciarlas. Su gurú fue el doctor Charcot, y La Salpêtrière, su templo de siniestros experimentos con mujeres.

Hasta el año 1952 no se desacredita la histeria como enfermedad según la Asociación Americana de Psiquiatría (APA).​ Pero aún hoy se usa como insulto hacia las mujeres no sumisas.

Agustina González -como La zapatera prodigiosa-, también lucha con la fantasía cuando ésta se hace realidad visible. Sueña con mundos diferentes.

Y en 1916, publica el ensayo Idearium Futurismo, donde propugna una simplificación de la ortografía. Propone una escritura fonética que nos recuerda a la escritura en los móviles. 

En 1928, ya vinculada a la masonería, publicó Las Leyes Secretas, libro en que expresó su concepción teosófica de la vida y de la muerte. En ella relataba cómo haciendo de hipnotizadora consiguió dibujar el color de los espíritus y sus formas.

El espiritismo fue, en estos años, una teoría progresista que defendía la igualdad de hombres y mujeres. Entroncó con el republicanismo, la masonería y el movimiento obrero. Y también  con el incipiente feminismo. El espiritismo destacó por el papel preeminente de las mujeres. La Teosofía y el espiritismo resultaron de crucial  importancia  en  la vida de Agustina González, en su obra y, muy posiblemente, en su trágico final.

La autora también escribió dos obras de teatro. Los Prisioneros del espacio, un drama en tres actos y siete cuadros en prosa. Mediante una  trama dramática tratar de exponer al gran público sus convicciones teosóficas, de igual forma que lo hiciera Valle-Inclán  en Luces  de  Bohemia. La obra no se estrenó.

La otra obra, Cuando la vida calla, tuvo críticas negativas y hoy se ha perdido.

Según Enriqueta Barranco, “la crítica que los hombres hicieron al teatro de mujeres en aquel momento era muy cruel”. Y se refiere a la famosa frase de un profesor de un colegio de Granada, Martín Scheroff, que criticó la puesta en escena de esa obra de teatro de Agustina González con un “zapatera a tus zapatos”.

Una de las pocas imágenes públicas de Agustina ‘La Zapatera’ a la cabeza de una manifestación para celebrar el día de Mariana Pineda en 1931. (En primera fila, la cuarta mujer tanto por derecha como por izquierda). EL SALTO ANDALUCÍA

En su vertiente política, Agustina González se presentó, en las Elecciones Generales de España de 1933, con el Partido Entero Humanista. Y fue avalada por dos destacados miembros del Partido Socialista. En estas mismas elecciones, y también por la circunscripción de Granada, se presentaba María Lejárraga.

En su Reglamento Ideario del Entero Humanista Internacional aspiraba, nada menos, que a borrar las fronteras, a crear la moneda universal, el Palacio de Todos, para dar alojamiento a los desheredados del mundo y a grabar en una bandera blanca solo dos palabras: Alimento y Paz, para erradicar las hambrunas del mundo.

Era una mujer libre y participaba en lo público. También tenía  independencia económica, que le permitió viajar por España e Italia. Era soltera y sin hijos. Todo ello era algo intolerable para el patriarcado que recomendaba el matrimonio como remedio, incluso para la histeria. Es decir, había que entrar en los cauces establecidos.

Agustina González no estaba dispuesta a entrar en esos cauces. Y el patriarcado la repudió.

Francisco Ayala en Relatos granadinos se refiere a ese repudio social:

 La zapatera era una mujer independiente, independiente también en cuanto a sus medios económicos, y la desaprobación social, apenas refrenada, tenía que desahogarse mediante burlas más o menos sangrientas…

Tras el Golpe de Estado de 1936 fue encarcelada en la inhabitable cárcel de mujeres, en Torres Bermejas, antigua prisión militar, y luego al convento de San Gregorio el Bajo, en la Calderería, habilitado como establecimiento penitenciario. Finalmente, fue trasladada al pueblo de Víznar y fusilada junto a otras dos mujeres, aunque se desconoce la fecha exacta de su muerte. En su sentencia se resalta su «ideología extremista» y «su desequilibrio mental», dos delitos (¡!) frecuentemente aludidos por los franquistas para ejecutar de modo sumarísimo a los que no pensaban como ellos.

Dicen que, poco antes de ser fusilada, alzó sus ojos al cielo y pidió clemencia a las estrellas.

Francisco Ayala lo explica en su libro Mi cuarto a espadas:

Tengo entendido –esto es, oído y leído– que en 1936, durante los primeros días de la sublevación, cuyos horrores hallaron escenario privilegiado en Granada, fusilaron a la Zapatera –lo cual no me extraña, y hasta pudiera decir que me parece normal dentro de la monstruosidad de una situación propicia para dar salida a todas las malas pasiones, tales como el rencor acumulado en el machismo.

El odio y el machismo de los sublevados tampoco la respetó después de matarla. Siguieron ensañándose con ella.

En 1939, se abrió un proceso en el que se la acusó de pertenecer a la masonería y de simpatizar con los partidos de izquierdas. No se demostró delito alguno pero fue condenada, después de su asesinato, a una indemnización de 8.000 pesetas. Esta cantidad sería pagada por su cuñada Carmen Mena Priego y por su primo José Martínez de Castilla y González.

Agustina González, La Zapatera, permaneció en un olvido injusto, persistente y espeso. Pero recientemente se ha recuperado su figura.

En 2019 su obra fue rescatada del silencio gracias a la iniciativa de la escritora y editora Gema Nieto con la recopilación de sus ensayos en Clemencia a las estrellas. El título alude -como ya vimos- a la última mirada de La Zapatera, antes de morir, a un universo que consideraba más clemente que sus asesinos.

Justificación, Las leyes secretas e Idearium Futurismo, están publicadas en un solo volumen. En él leemos:

Cuando decidí salir sola, se desbordaron las pasiones. ¡Todos me censuraban! Paseando por la calle escuchaba una multitud de disparates, comparadas unas opiniones con otras. ¡Como para ir al manicomio de haber hecho caso!

A cada paso una opinión distinta. Chicos y grandes, pobres y ricos, se encontraban con derecho a expresar lo que sentían a mi paso por las calles y plazas. Todos pensabais de mí en alta voz, yo en cambio pensaba de vosotros sin proferir palabra. ¿Quién tenía más razón?

Su biografía completa también ha visto la luz.

En 2010, Enriqueta Barranco escribió una biografía resumida de Agustina González. Y descubrió “la necesidad de un estudio detenido y profundo de la obra escrita que se conservase de la autora”.

La biografía definitiva llegaría en 2019. En ella se profundiza en su pensamiento sociopolítico y en su faceta de pintora.

Los golpistas requisaron y vaciaron su casa, desaparecieron sus obras. Sólo hemos tenido acceso a sus grabados donde podemos vislumbrar que su universo de fantasía se parecía al de Remedios Varo.

Agustina González fue una mujer ilustrada y una genial representante del arte abstracto, basándonos en el escaso número de grabados que de ella se conservan.

 

La ilustradora Ina Gámez ha publicado en  un cómic sobre Agustina González, La zapatera de las estrellas.

Dibujo el momento en el que acude a las manifestaciones, peligrosas porque en esa época había mucha represión y moría gente; dibujo el suceso cuando se quita la blusa, admiro mucho la valentía que ella tenía.

Y también los restos de Agustina González han sido encontrados en las excavaciones de Víznar.

Aquí las emociones son bastante fuertes porque asistimos a toda la barbarie que se cometió contra personas inocentes y eso afecta, no estamos hablando de restos de hace 5.000 años sino de hace 87 años,

afirma Paco Carrión, profesor e investigador de Memoria Histórica de la UG, cuyo equipo ha encontrado los restos.

 

En el cráneo encontrado (comparado con su fotografía) se demostraría que el disparo fue realizado de muy cerca, en la sien. Y hay orificio de entrada y salida.

Intentaron borrar a Agustina González del mapa, pero quizá las estrellas que tanto amaba y a las que invocó antes de morir han abierto el camino para recuperar su memoria. Han hecho que sus restos hayan aparecido en el Barranco de Víznar, 87 años después de su ejecución.

Sus palabras resonaron allí, pronunciadas por otras voces de mujeres granadinas en su nombre, en agosto de 2023.

En 1918, Agustina González ya estaba perfectamente preparada para ejercer un liderazgo político y social, afirma su biógrafa. Por eso la asesinaron.

Pero no han podido sepultarla en el olvido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sensaciones

27/02/2024

 

 

 

Y donde termina el espacio

¿se llama muerte o infinito?

Pablo Neruda

 

 

Solo había sido una sensación. Notaba el vacío de la habitación y respiraba el silencio muerto del aire.

Abrió los ojos lentamente. El asombro se fue convirtiendo en estupor a medida que observaba la ausencia de objetos a su alrededor. No había muebles: la cama, la mesilla, la alfombra, el tocador… Incluso los cuadros habían desaparecido.

La cama era solo una extraña isla en medio del vacío.

Sustituyendo las presencias vivas y cotidianas de los muebles familiares, se había instalado en el ambiente una presencia extraña, invisible. Fuerte y poderosa, capaz de asfixiarla.

Saltó al suelo y recorrió asustada, con ojos despavoridos, su cuerpo: único ente extraño en la atmósfera agobiante.

Los pies descalzos, las piernas trémulas, las manos crispadas en un gesto imposible…

Imaginó su rostro, que ya no podía reflejarse en el espejo habitual del fondo: la boca entreabierta, asombrada, las cejas arqueadas en un súbito anhelo por comprender.

No osaba mover ni un músculo, y su espalda se combaba bajo el peso de no sabía qué fuerza poderosa y extraña.

Aterrorizada, comprobó que tampoco había ya ventana, ni puerta. Ningún hueco rompía la uniforme, absurda y amenazante superficie de las paredes.

No es posible, se decía, mientras recorría con la mirada el suelo desnudo, buscando una sola presencia amiga.

Nada.

El brillo del mármol le devolvió una imagen muerta, vacía de referencias. Llena de aquella presencia extraña, espesa, opresiva.

Con terror, descubrió que los ángulos de las paredes variaban, que las dimensiones se reducían de manera casi imperceptible.

En medio del silencio, comenzó a percibir un débil sonido deslizante, suave y persistente, que se acompasaba con el lento movimiento de las paredes.

El pavor la paralizaba. Ni su respiración osaba competir con el sutil susurro que la cercaba.

Un sudor frío recorría sus músculos con una desesperante lentitud. Como si la fuerza de la gravedad también hubiese desaparecido.

No supo el tiempo transcurrido. Tampoco intentó moverse…

De pronto, una sacudida brusca la hizo despertar.

Otra pesadilla, pensó al abrir los ojos.

Encendió la luz y recorrió, aliviada, los objetos familiares. Tomó el vaso de agua que estaba sobre la mesilla. El líquido en su boca la devolvió a una realidad agradable y húmeda que la tranquilizó.

Después, volvió a acostarse.

Solo fue una impresión pero, al apagar la luz, creyó ver cómo lenta, pero perceptiblemente, se reducían las distancias entre la cama y la pared.

Solo una sensación, se dijo para tranquilizarse. Sigo impresionada con la pesadilla.

Mientras, un tenue zumbido se acompasaba con su caída, dulce y abandonada, en un sueño nuevo y extraño. Un sueño diferente.

Largo, muy largo.

 

 

La nueva cruzada

24/02/2024

A propósito de la nueva cruzada del ultraliberalismo —porque no olvidemos que el Partido Popular es cómplice y responsable de las acciones del partido de Abascal— sobre la «censura previa» a los contenidos educativos, nada mejor que este poema del inmenso poeta Ángel González:

ALOCUCIÓN A LAS VEINTITRÉS

Ciudadanos perfectos a estas horas,

honorables cabezas de familia

que lleváis a los labios vuestra servilleta

antes de pronunciar las palabras rituales

en acción de gracias por la abundante cena:

vuestra responsabilidad de sólidos pilares

de la civilización y de Occidente,

del consumo de bicarbonato sódico

y del paternalismo hacia la servidumbre,

exige de vuestra parte

cierta ignorancia de hechos también ciertos,

un esfuerzo final en bien de todos,

la tozuda incomprensión de algunas realidades,

la fe más meritoria, en resumen,

que consiste

en no creer en lo evidente.

Yo podría jurar que la tierra está fija

–ya lo juré otras veces–­

y que el sol gira en torno a ella;

yo podría negar que la sangre circula

–lo seguiré negando, si hace falta–­

por las venas del hombre; yo podría

quemar vivo a quien diga lo contrario

–lo estoy quemando ahora–.

No es que sean importantes los asuntos

objeto de polémica:

lo importante es la rígida

firmeza en el error.

Pues las mentiras viejas se convierten

en materia de fe,

y de esa forma

quien ose discutirnos

debe afrontar la acusación de impío.

Con esto,

y una buena cosecha de limones,

y la ayuda impagable de nuestros coaligados,

podemos esperar algunos lustros

de paz como esta de hoy,

en una noche

semejante a esta de hoy,

tras una cena

lo mismo que ésta de hoy.

Tal como siempre, pues, pedid conmigo:

Más fe, mucha más fe.

Que en cierto modo,

creer con fuerza tal lo que no vimos

nos invita a negar lo que miramos.

Ángel González

(Grado elemental, 1962. En Palabra sobre palabra, 2018. Barcelona: Austral, p. 176s. )

Me niego a usar el eufemismo «PIN parental» porque, en realidad, la censura de los padres en educación es un veto ilegal que atenta contra:

1- La Constitución española:

2.- La misma Ley de Educación en vigor (Art.1, c):

Artículo 1. Principios.

El sistema educativo español, configurado de acuerdo con los valores de la Constitución y asentado en el respeto a los derechos y libertades reconocidos en ella, se inspira en los siguientes principios:

(…)

c) La transmisión y puesta en práctica de valores que favorezcan la libertad personal, la responsabilidad, la ciudadanía democrática, la solidaridad, la tolerancia, la igualdad, el respeto y la justicia, así como que ayuden a superar cualquier tipo de discriminación.

En el País Valencià, el Partido Popular no ha cedido aún a las presiones de la ultraderecha.

Pero ¿hasta cuándo?

Por lo pronto, se dedican a censurar revistas escritas en valenciano y el Partido Popular pacta con la ultraderecha hacer inaccesibles a los menores, en bibliotecas públicas, libros de educación sexual y temática LBTBI para «proteger la inocencia de los niños». Como en Hungría o Florida.

No parecen buenos augurios.

… las mentiras viejas se convierten

en materia de fe.

Talismanes

23/02/2024

Dos veces rompió mi padre su especial relación con el dinero. Una relación marcada por la precariedad de su humilde origen. Y lo hizo porque vio que se me rompía el alma. Que sufría.

La primera, yo tenía cuatro años. Y el colegio me separaba del mundo libre de la infancia. Me habían arrancado del paraíso infantil de juegos libres, de abuelos complacientes.

 

Siempre me llevaba él a clase. Caminaba, cada mañana, de su mano. Esa mano me ataba aún al cálido refugio de la casa. Cruzábamos la Puerta de la Feria, un amplio cruce de caminos que iniciaba el paso al centro histórico de mi pequeña ciudad.

Hablábamos de todo, pero mi padre sabía que yo estaba triste. Intentaba distraerme. Enfilábamos la calle del Riego y, poco a poco, los edificios se ennoblecían, los escaparates mostraban sus productos tentadores.

 

Torcer a la izquierda y pisar la calle de San Torcuato significaba el final del camino.

La hora de soltar la mano acogedora.

Mi padre volvería después sobre sus pasos para recorrer la misma calle donde estaba la Audiencia Provincial, el impresionante Palacio de los Momos donde trabajaba.

 

El colegio era para mí una especie de cárcel extraña en la que una señorita estricta y antipática se ocupaba de las más pequeñas hasta que empezaba la enseñanza con las monjas.

Era un parvulario mixto en el que una monja se ocupaba de los niños  mientras las niñas estábamos con aquella severa señorita.

Es curioso que no recuerde la cara de la maestra, solo sus uñas. Miraba, entre fascinada y temerosa, aquellas manos. Manos coronadas por uñas imposibles, rojas, largas, casi amenazantes. Manos que iban y venían entre lápices, cuadernos y tizas de colores.

La herida de mi alma se hacía carne en esas manos frías.

Cada mañana, la cálida mano de mi padre y su voz amable eran el preludio de aquellas uñas agresivas. Nunca le conté mis temores, pero él los adivinaba.

Comenzó a regalarme pequeñas cosas que comprábamos de paso en los comercios cercanos: pañuelos bordados, muñecos, lápices de colores, libros…

Era su manera de curar mis temores. Era como si los pequeños objetos guardaran un poco del mundo y el afecto que dejaba fuera. Amuletos que me ayudaban a pasar la jornada.

Al acabar las clases, caminaba sola por la calle de San Torcuato. «Siempre por la acera», me recordaba mi padre. «Todo recto hasta el palacio». Y entraba en aquellas estancias impresionantes para buscarlo. Nunca me equivoqué de camino. Era la vuelta a casa.

No sé cuánto duró ese juego. Solo sé que mi alma se fue serenando. Que pude llegar a mirar aquellas uñas con indiferencia. Que aprendí a no aburrirme con los palotes, porque mi padre ya me había enseñado a leer y a escribir.

Entendí que la vida te empuja, y que no debes resistirte.

Solo atarte a lo que amas y dejarte ayudar por quien te quiere.

La segunda vez, acababa el instituto y empezaba mi vida universitaria.

Mi padre también me acompañaba.

 

Un contratiempo inesperado y grave amenazaba mis comienzos en aquella universidad soñada.

Tampoco dijo nada mi padre. Solo me acompañó solícito al restaurante de aquella hermosa avenida de Salamanca.

Nos sentamos en la terraza, y me ofreció la carta con una sonrisa amplia. «Pide lo que quieras».

Yo sabía lo que era gastar aquel dinero que tanto se necesitaba en casa. Sabía que mi padre solo intentaba paliar mi herida.

Y aún recuerdo los reflejos del sol en las mesas, la suave brisa que soplaba mientras comíamos. Hablábamos de todo. Y mi padre sabía que yo estaba triste. Y otra vez hacía valer su talismán. Y funcionaba.

Aquella niña tenía ya diecisiete años. Empezaba otra etapa de su vida. Y su padre  seguía ahí para ayudarla.

Y acabó su carrera. Y cada año superado creía ver un destello de orgullo nuevo en los ojos de su padre.

Hay cosas que marcan.

 

Esta entrada se ha publicado en mi libro, Contar lo mínimo, prologado por Marta Sanz y editado en 2022 por Lletra Impresa Edicions.

 

Mi abuelo y la luna

21/02/2024

 

Lo recuerdo sentado en su piedra. En su cara, esa sonrisa socarrona que desarmaba. Silencioso.

Era una noche de julio como tantas. Tras el calor del día, la noche daba tregua y se respiraba mejor.

Pero esa noche era especial.

Toda la familia estaba dentro de la casa. Apiñados ante el televisor en blanco y negro, que tanto había costado conseguir. Un amigo de mi padre los montaba por componentes y le hizo un precio especial.

Esa noche el hombre llegaba a la luna. Las imágenes eran borrosas, pero la imaginación suplía las carencias.

Hablábamos todos a la vez, y mi padre se empeñaba en mantener el silencio.

De pronto me di cuenta. Faltaba mi abuelo.

Salí a la calle y lo vi allí, en su silla favorita. La piedra blanca desde la que vigilaba la carretera de día y desde la que, en las noches, escrutaba el cielo.

Seguí su mirada y vi que estaba fija en la luna. Allá lejos, estaba ella, en cuarto creciente.

Me senté a su lado y, en silencio, escuchamos las voces de la casa. Las reticencias, las admiraciones, las apelaciones al silencio de mi padre…

«¿Cómo pueden estar ahí arriba, hija?». Su pregunta se quedó en el aire unos segundos.

«La verdad es que no se aprecia ningún movimiento». Y su sonrisa socarrona me llegó acompañada de un guiño cómplice.

Me perdí el momento en directo. Lo he visto repetido miles de veces. Y con una calidad mucho mejor.

No lo lamento. Mi momento especial de aquel día histórico está en la sonrisa, el guiño y las palabras irónicas de mi abuelo.

 

 

Esta entrada se ha publicado en Contar lo mínimo, prologado por Marta Sanz y editado por Lletra Impresa Edicions en 2022.

Amparo Barayón. La «mujer nueva» que asesinó el franquismo

17/02/2024

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Amparo Barayón Miguel nació en Zamora, el 8 de mayo de 1904 y fue fusilada por los sublevados en los primeros meses de la Guerra de España en la misma Zamora, el 11 de octubre de 1936. Un grupo de falangistas, dirigidos por Martín Mariscal, la asesinó, a los 32 años de edad en las tapias del cementerio de Zamora junto con otras dos mujeres, Juliana Luis García y Antonia Blanco Luis, vecinas de la misma ciudad.

Martín Mariscal

Martín Mariscal fue uno de los más sanguinarios asesinos de la represión franquista en Zamora, durante el tiempo que estuvo allí. Hay centenares de muertos a sus espaldas, entre ellos Amparo Barayón. Mariscal estuvo en la ciudad desde enero del 35 a noviembre del 36. Y fue expulsado de ella por los mismos represores a causa de los excesos que cometió. Era un personaje más  cruel y violento que la media y llevaba a cabo fusilamientos sin conocimiento de las autoridades.

Otros ejecutores de peor historial conservaron cargos y prebendas en Zamora tras la guerra, pero él dirigió ocasionalmente su violencia contra partidarios del golpe o personas situadas bajo la protección de las nuevas autoridades, y realizó requisas y rapiñas no sólo en beneficio de la causa –lo que se consideraba admisible- sino también en provecho propio,

como afirma Eduardo Martín.

Pero no hay que olvidar nunca que ellos solo eran los ejecutores de órdenes superiores. Zamora cayó enseguida en poder de los golpistas y se desató el terror. Fueron asesinadas entre cuatro mil y seis mil personas, seiscientas de ellas mujeres.

Amparo Barayón fue pianista, activista anarquista, republicana, socialista y feminista. Fue una mujer profesional e independiente que participó plenamente de la vida cultural, social y política de su época. El modelo de mujer nueva que odiaba profundamente el franquismo.

Amparo Barayón procedía de una familia de clase media baja (propietarios del Café Iberia y una fábrica de hielo y gaseosas) y de tradición progresista. Su padre, Antonio Barayón Azcona, había presidido el comité provincial del Partido Republicano  durante la Restauración. Su madre, Isabel Miguel Vaquero, fue la segunda mujer de Antonio Barayón, con la que tuvo cuatro hijos. Ella era una joven sirvienta en la casa de Antonio Barayón.

Su hermano mayor, Saturnino Barayón, militaba en Izquierda Republicana y desde marzo de 1936 era diputado provincial. Otro hermano, Antonio,  militaba en el PSOE y era tesorero de Ayuda Social a Familias Obreras y Presos.

Amparo trabajó en el Café Iberia —que había fundado su padre y, a su muerte, regentaba su hermano—, lugar de encuentro de artistas e intelectuales de la capital zamorana. Participó, junto a César Fernández Díaz, en la comisión que promovió la creación del Ateneo de Zamora.

En esta época dio recitales de piano con el violinista zamorano Antonio Arias Gago. También escribió artículos y críticas teatrales para El Mercantil y el Heraldo de Zamora (firmando como Miguelina Ascona).

Amparo dejó Zamora, donde era una personalidad destacada en el ambiente musical, para instalarse en Madrid.

Carta de Amparo Barayón protestando por la represión gubernamental contra la huelga de Telefónica (julio de 1931)

Trabajo en Telefónica y, tras perder su trabajo a raíz de la huelga de julio de 1931, aprobó en 1933 las oposiciones al cuerpo auxiliar de administración civil e ingresó en el Ministerio de Agricultura.

En Madrid, acudía a los conciertos y conferencias del Ateneo, y asistía a tertulias literarias de los cafés, en una de ellas conoció al que sería su marido, Ramón J. Sender.

En el momento de producirse el golpe de estado militar del 18 de julio de 1936, Amparo Barayón y Ramón J. Sender -que el año anterior había obtenido el Premio Nacional de Literatura por Mister Witt en el Cantón-, veraneaban en San Rafael (Segovia), con sus dos hijos, Ramón (nacido en 1934) y Andrea, de seis meses.  Antes de la ocupación del pueblo, Sender pasó hacia Madrid por la sierra, no sin antes pedir a su esposa que se fuera con los niños a Zamora, donde “nunca pasa nada”, asegura el investigador Eduardo Martín.

Ramón J. Sender, en Madrid, se incorporó a las fuerzas  defensoras de la República.

Al llegar a Zamora, dominada por los sublevados desde el 19 de julio, Amparo se encontró con que sus hermanos Saturnino y Antonio habían sido detenidos. La ciudad estaba en manos de los rebeldes desde el inicio del golpe.

En aquellos días trató de conseguir un pasaporte para irse a Portugal y poder reunirse con su marido e intentó comunicarse por teléfono con él. Todo ello despertó, al parecer, las sospechas de los golpistas que la detuvieron el día 3 de agosto, poniéndola en libertad al día siguiente. Sería su primera detención.

El 28 de agosto, Antonio Barayón e Isidoro Ramos Páez (maestro de Ufones) fueron entregados al falangista Juan Luis Rodríguez, oficialmente para ser “conducidos a Zamora”, pero ambos fueron asesinados esa misma noche en las inmediaciones de Toro. Amparo conoció la noticia pocas horas después y, con motivo de unas gestiones en el Gobierno Civil, increpó al gobernador Raimundo Hernández Comes, firmante de las órdenes de traslado que en realidad eran órdenes de ejecución extrajudicial.

Este hecho pudo ser la causa de lo que pasó después o sólo el desencadenante. Amparo fue detenida de nuevo, junto con la pequeña Andrea, y trasladada a la prisión provincial el día 29.

Prisión provincial de Zamora, foto Tenes (Fuente: Memoria gráfica de Zamora)

Su delito era ser una mujer moderna e independiente, que fue aborrecida porque había escapado de la sofocante intolerancia de Zamora y porque tenía hijos con un izquierdista famoso con quien sólo se había casado por lo civil.

A las mujeres emancipadas les reservaron los golpistas un odio particular e intenso, provocado por lo que para sus verdugos significaba su “desobediencia” frente a las normas de comportamiento de la “feminidad”.

Amparo Barayón se había ganado la vida por su cuenta, vivido de forma independiente, educándose tanto política como culturalmente. Conoció a Ramón J. Sender y empezó a vivir con él sin casarse. Lo que era muy avanzado en aquellos tiempos, incluso en la España urbana, ya que Madrid no era Berlín o París. Sólo sus familiares más cercanos conocían su relación con Ramón.

El solo hecho de que ella hubiera volado libre inspiraba horror en la sociedad provinciana y también entre algunos de los miembros más conservadores de su propio clan familiar, que la veían camino a la perdición. Algunos de los miembros de su familia, especialmente su cuñado Miguel Sevilla, parecen haber estado implicados en denunciarla ante las autoridades militares de Zamora, a finales del verano de 1936.

Tres semanas después, el 18 de septiembre, su hermano Saturnino fue “entregado a la fuerza pública”, junto a otros 27 detenidos, oficialmente para ser “conducidos a Zamora”. En realidad fueron conducidos por fuerzas de Falange, de la Guardia Civil e incluso de la Guardia de Asalto, al despoblado de Tejadillo, donde todos ellos fueron asesinados a las 11 de la noche.

Mientras, Amparo permanecía encarcelada junto a su hija Andrea, a la que aún amamantaba. Las condiciones en la sección de mujeres de la prisión de Zamora eran especialmente atroces. En 1937, el testimonio escrito de Pilar Fidalgo, compañera de cautiverio de Amparo lo atestigua.

Pilar Fidalgo

El hacinamiento, la falta de atención médica a mujeres embarazadas o con hijos lactantes, los malos tratos y abusos sexuales y el terror psicológico generado por las sacas y las ejecuciones configuran un cuadro aterrador. Muchas de las presas jóvenes fueron violadas antes de ser asesinadas.

Pilar Fidalgo había dado a luz a una niña solo ocho horas antes de su detención y transporte a Zamora. En la cárcel, para los interrogatorios, fue obligada a subir una escalera empinada muchas veces al día. Esto le provocó una hemorragia potencialmente mortal. En su relato de sus experiencias en la cárcel escribió:

Como seguía con la hemorragia, estaba constantemente pidiéndole a la celadora que me ayudara. Por fin trajo a la cárcel al doctor Almendral, que vino sólo por mero formalismo. Al ver mi sufrimiento comentó que «‘la mejor cura para la mujer del sinvergüenza de Almoina (era un destacado militante socialista) es la muerte»’. No me recetó nada. Ni para mí ni para la niña.

Según los testimonios recogidos por Ramón Sender Barayón, durante los dos meses y medio de su encarcelamiento, Amparo Barayón no recibió visitas ni atenciones de su familia, a diferencia de otros muchos detenidos. Culpó a su cuñado, Miguel Sevilla, sastre de eclesiásticos y militante tradicionalista que había sido candidato de la derecha católica en las elecciones municipales de 1931 (en las que no resultó elegido, a diferencia de Saturnino Barayón, hermano de Amparo). Él se convirtió en el cabeza de la familia Barayón, tras el encarcelamiento y posteriores asesinatos de Saturnino y Antonio. Y también en el destinatario de la herencia familiar.

De hecho, en su novela El verdugo afable, Ramón J. Sender, llama Sevilla a un personaje criminal condenado a morir por garrote. Y describe su agonía final con detalles espeluznantes que pueden ser metáfora de una venganza personal nunca alcanzada.

El 10 de octubre de 1936, la hija de Amparo Barayón, Andrea, fue separada de ella y trasladada al hospicio.

 Amparo escribió, en una carta de despedida a su marido:​

No perdones a mis asesinos que me han robado a Andreína, ni a Miguel Sevilla que es culpable de haberme denunciado. No lo siento por mí, porque muero por ti. Pero ¿qué será de los niños? Ahora son tuyos. Siempre te querré.
Amparo Barayón

Al día siguiente Amparo fue entregada a un grupo de falangistas dirigidos por Martín Mariscal, con el supuesto destino de Bermillo de Sayago. En realidad fue asesinada en el cementerio de Zamora, el 11 de octubre, como ya dijimos. Esa misma noche, según testimonia su sobrina Magdalena Maes, Miguel Sevilla llegó al café familiar y anunció a la familia: «Esta noche matan a Amparo».

Al parecer, se le habían ofrecido auxilios espirituales antes de su asesinato pero el sacerdote le negó la absolución por no estar casada por la Iglesia. Fue enterrada en una fosa común.

Pocos años más tarde, sus restos fueron recuperados de la fosa común y trasladados al panteón de la familia de su hermana Magdalena, mientras que los restos de Antonio y Saturnino permanecen aún en paradero desconocido.

Miguel Sevilla solo se hizo cargo de Andrea, el 5 de enero de 1937, para trasladarla a ella y a su hermano Ramón desde el orfanato a la frontera francesa y entregarlos a su padre Ramón J. Sender. Los niños habían sido reclamados por su padre a través de la Cruz Roja.

Raimundo Hernández Comes, gobernador civil de Zamora en el momento de ocurrir los hechos.

Amparo Barayón, tras su muerte, fue objeto de informes por parte de las autoridades de Zamora: el teniente coronel Raimundo Hernández Comes, que durante su mandato como gobernador civil había firmado las órdenes de traslado y ejecución de los tres hermanos, justificó su muerte informando en 1937 que Amparo estaba “conceptuada como espía”.

El comisario jefe de Investigación y Vigilancia, Manuel Flórez, informó que “dicha individua estaba considerada como comunista peligrosa” y que “según manifestaciones de una de las sirvientas, el matrimonio siempre estaba hablando del comunismo”.

Finalmente, su expediente fue sobreseído en 1943.

Las represalias contra la familia Barayón no terminaron aquí. Su sobrina Magdalena Maes Barayón, nacida en 1925, afirma no haber podido cursar estudios universitarios por su parentesco con tres víctimas de la represión. Pese a haber sido colaboradora del diario falangista Imperio (que en 1944 la presentaba como “la periodista más joven del mundo”), en 1947 fue detenida y condenada bajo la acusación de pertenecer al PCE.

Pasaron muchos años de silencio y olvido de Amparo Barayón. Olvido al que contribuyó la actitud del propio Ramón J. Sender. El novelista siempre escatimó explicaciones sobre las circunstancias de la muerte de su esposa -a la que sólo dedicó unas crípticas referencias en Los cinco libros de Ariadna–. En esta novela cuenta los buenos recuerdos de una infancia en una ciudad sin nombre, de una calle céntrica, olores y sensaciones que, solo conociendo Zamora, se pueden identificar con la infancia de Amparo Barayón.

Fue su hijo, el músico Ramón Sender Barayón, criado en los Estados Unidos, quien decidió, poco antes de la muerte de su padre en 1982, reconstruir la historia de Amparo.

El libro que es una contribución importante a la historia de las atrocidades derechistas durante la Guerra civil española.

Según la prima del autor, Mercedes Esteban-Maes Kemp, es una historia de mujeres recordada por mujeres. Ellas dieron los datos que buscaba a Ramón hijo. Ramón J. Sender siempre prohibió a Magdalena, la madre de Mercedes y sobrina de Amparo Barayón, que revelara el más mínimo detalle sobre el asesinato de la madre de sus hijos. El miedo y un cierto sentimiento de culpa lo llevaron a ocultar las circunstancias de su muerte.

Además, la historia de cómo Ramón J. Sender llevó a sus dos hijos a los Estados Unidos, para luego prácticamente abandonarlos, también es horrible, afirma Paul Preston. Y lo convierte en un trágico drama psicológico que será de interés para muchos lectores que no tienen especial interés en la historia de España. Ramón Sender Barayón lo lamenta así en el libro:

¡Ojalá nos hubiese dicho los motivos por los que no vivía con nosotros! ¡Si se hubiese sentado un día a describirnos la vida de nuestra madre y su sacrificio final! La verdad, por muy espantosa que fuera, hubiese dado paso a un natural proceso de duelo que habría cicatrizado nuestras heridas. (…) Pero él nos consideraba el recuerdo viviente del mayor de sus fracasos, su incapacidad de proteger a su mujer y a sus hijos. Nunca entendió nuestra necesidad de conocer la verdad oculta por las mentiras y las evasivas.

Herbert Southworth, quien trabajó durante la Guerra civil española para Juan Negrín en Washington, se emocionó mucho leyéndolo porque le trajo a la memoria que él había ido a los muelles de Nueva York con su amigo, el gran periodista Jay Allen, a recoger a Ramón y a su hermana cuando llegaron.

Ramón J. Sender (a la derecha) con su familia americana, en 1951. A la izquierda, sus hijos Ramón y Andrea (foto: Erin Healy)

La historia de la búsqueda de Ramón Sender Barayón es también una historia detectivesca fascinante.

Sender hijo llevó a cabo su investigación basándose casi exclusivamente en testimonios orales –de una parte de la familia y de un puñado de intelectuales locales bienintencionados pero con poca información útil que aportar-, lo que dio lugar a un relato coherente, aunque con informaciones imprecisas y, en algún caso, inexactas. Pero entrañable por lo que significa.

Ramón Sender Barayón

Por ejemplo, el hijo de Amparo centra la responsabilidad de la autoría material del asesinato en Segundo Viloria, hijo del arquitecto zamorano de mayor prestigio, emparentado con varios alcaldes monárquicos de Valladolid, cronista judicial del Heraldo de Zamora, abogado con gran actividad en los tribunales y responsable de la guardia nocturna de la Diputación, integrado más tarde en la segunda línea de Falange.

El hijo de Amparo Barayón publica el libro contra la opinión catastrofista de figuras como el veterano socialista zamorano Román de la Higuera –que se dirigió públicamente a Ramón (El País, 03/03/1982) para prevenirle ante las “incalculables y desastrosas consecuencias” que podrían tener sus hallazgos con argumentos increíbles:

Cuando su padre (…) prefiere el tupido velo del silencio, demuestra una vez más su portentoso talento, y lo mejor que usted debiera hacer en estos momentos sería acatar tal deseo, dejándolo transcurrir por el apasionante y lento trayecto histórico, quien en última instancia resolverá con el tiempo la compleja, complicada y comprometida maraña de una época que por reciente no resulta aconsejable clarificar. (sic).

Sin embargo, la obra se publica y una reseña en el New York Times afirma que el libro es

el documento conmovedor de un hijo que finalmente descubre cómo era su madre: una mujer adorable, independiente, que vivió con pasión y fue a morir por estar casada con un escritor revolucionario.

La hispanista británica Helen Graham, por su parte, valoró el libro como

Una interpretación en microcosmos de casi todo lo que podemos aspirar a saber de la Guerra civil española, como Guerra civil, de sus complejas causas sociales y culturales y de sus tremendos costes y prolongadas consecuencias de paz incivil.

Y resaltó la figura de Amparo Barayón como paradigma de la condición femenina bajo la República. No fue asesinada por odio a su marido, sino por ser una mujer moderna cuya liberación:

Inspiraba horror entre los pilares de la sociedad provinciana y entre los miembros conservadores de su propia familia.

En definitiva, y pese a sus limitaciones metodológicas, Muerte en Zamora convirtió este caso y a sus protagonistas, reales o supuestos, en paradigmas del terror del franquismo y de su opresión contra las mujeres.

Amparo Barayón aparece en él como “la primera joven emancipada de Zamora”. Que se traslada a Madrid “como medio de escape de los confines de su aislada ciudad natal, (…) la provinciana Zamora”.

Según Hellen Graham,

Amparo fue víctima de los asesinatos extrajudiciales desencadenados por el golpe militar del 17 y 18 de julio de 1936. Ya se ha investigado la historia de la violencia que recorrió España tras el golpe, y se han establecido sus parámetros generales. Pero el libro de Ramón es un testimonio del devastador impacto psicológico de la violencia del pasado en una familia, y del duradero impacto sobre la paz interior y la memoria de todos aquellos que, atrapados en ella, continuaron viviendo.

Cuando Ramón inicia su viaje de descubrimiento, no tiene a su disposición los pequeños detalles de lo ocurrido ni documentos. Y como salió de España a tan corta edad, no entiende del todo la sociedad y la cultura en que ocurrieron los hechos que cambiarían su vida. Lo que no le falta es un conocimiento, consciente y subconsciente, de lo que pasó y del daño que le causó. Ramón, autor y protagonista, sigue “cargando en mi corazón con mi madre muerta, sin absolver y sin vengar”.

En todo momento, en Zamora, sigue diciendo Graham,  las milicias fascistas de Falange, las clericales de los carlistas y otros voluntarios de la derecha podrían haber sido sometidas a las autoridades militares y asegurar así el orden público desde un principio.

19 de julio de 1936: civiles y militares a la entrada de la cárcel de Zamora, tras el éxito de la sublevación militar en la ciudad (foto: Gutiérrez Somoza)

Sin embargo, esto no solo no ocurrió, sino que, como sabemos por la investigación llevada a cabo por historiadores en los años noventa y 2000, los mismos militares reclutaron activamente a miles de civiles para llevar a cabo una guerra sucia en la retaguardia. Esta “guerra sucia” asesinó a Amparo Barayón. El objetivo de esos verdugos civiles eran  personas relacionadas con las reformas sociales y económicas de la Segunda República española, contra la que se habían levantado los militares rebeldes.

La violencia aplastó a muchas personas relativamente pudientes, con propiedades, y a profesionales de clase media, como la familia Barayón, en la que tres hermanos, incluida Amparo, fueron víctimas de asesinatos extrajudiciales.

Muerte en Zamora abrió la caja de los truenos en la ciudad levítica, catorce años después de publicarse. Las fuerzas vivas de la ciudad no dudaron en aliarse para volver a ensuciar el nombre de Amparo Barayón.

En palabras de Hellen Grahan:

Los ecos del darwinismo social recalcitrante se hicieron notar en la polémica sobre Amparo que surgió en la prensa local de Zamora a principios del siglo XXI. Esta polémica (analizada por Francisco Espinosa en el Epílogo y apéndices de Muerte en Zamora) demuestra, con una claridad meridiana que, en la Castilla vieja y profunda, la época de Franco todavía es el pasado que no acaba de pasar .

Amparo Barayón, en el año 2004, fue gravemente calumniada por un aún presente franquismo sociológico, representado por Anabel Almendral, nieta del médico de la cárcel de Zamora en la que estuvo Amparo y que maltrató a Pilar Fidalgo, como ya vimos en su testimonio.

Pedro Almendral se había convertido en una bestia negra de las izquierdas zamoranas, por su falta de atención a los detenidos en octubre de 1934, que habían sido torturados antes de su ingreso en prisión. Tras la victoria del Frente Popular, fue denunciado  por estos hechos, sufrió un intento de linchamiento y fue invitado por el gobernador Lavín a abandonar la provincia hasta que se calmaran los ánimos, por lo que no regresó hasta agosto de ese año.

Anabel Almendral Opperman declaró a una periodista de La Opinión de Zamora que Amparo Barayón, la mujer de Ramón J. Sender, tenía sífilis cuando, ya detenida, fue atendida por su abuelo.

Según ella, Amparo Barayón ingresó en la cárcel “tremendamente enferma, de sífilis” y  el doctor Almendral “dijo que para lo que le quedaba de vida era mejor que la subieran a la enfermería”. Afirmación perversa y sobre todo contradictoria con el atestado de ingreso en prisión. El hacinamiento de la cárcel no contemplaba enfermerías, y las evidencias de la historia clínica de los descendientes de Amparo Barayón demuestran la falsedad de lo afirmado por Anabel Almendral.

Con esta infamia se vengaba del testimonio de Pilar Fidalgo que no había dejado en buen lugar a Pedro Almendral en Muerte en Zamora. Al crimen del 36 se unía ahora, casi setenta años después, la difamación. Destruir la reputación de una persona honesta como Amparo Barayón parecía no importar demasiado a las fuerzas vivas de Zamora, con tal de enterrar la memoria de las atrocidades cometidas por sus familiares. Anabel Almendral nunca ha rectificado.

A ella se unió Miguel Ángel Mateos, entonces concejal del Ayuntamiento. Generó una versión oficiosa de los hechos a la medida de los intereses de la derecha local. Y fue acusado de revisionismo neofranquista en réplicas, no sólo de miembros de la familia Barayón, sino también de historiadores tan prestigiosos como Francisco Espinosa, Paul Preston o Helen Graham.  Sus artículos en La Opinión de Zamora  lanzaban sombras sobre Amparo y su hijo, y el periódico maniobró en todo momento a favor de Mateos contra Amparo Barayón y contra los movimientos memorialistas, según Eduardo Martín.

Cuesta trabajo entender tanta maldad y tan poca «caridad cristiana», de la que suelen presumir estos personajes, por parte de la nieta del médico y sus amplificadores mediáticos.

Lo que en modo alguno querían es que se conociera, con nombres y apellidos, lo que realmente pasó tras el triunfo del golpe militar en Zamora. Pero Ramón Sender Barayón logró, en su intento de conocer el fin de su madre, desvelar secretos bien guardados por las familias zamoranas implicadas en crímenes terribles. Los nietos y familiares de los implicados pueden guardar silencio y calumniar, pero no evitar que se conozcan los hechos que han ocultado.

La reedición de Muerte en Zamora (Postmetrópolis, octubre de 2017) y el estreno del documental Sender Barayón, viaje hacia la luz, realizado por Luis Olano, (que se puede ver en Filmin) han vuelto a poner de actualidad uno de los hechos más relevantes de la represión en la retaguardia franquista.  El asesinato de la pianista, mujer culta y representante del modelo nuevo de mujer, Amparo Barayón. Su hijo ha obrado el milagro de honrar su memoria agraviada y ocultada.

Ramón ya ha dado sepultura a su madre, Amparo, en el pleno conocimiento de su historia, y de la Historia, concluye Hellen Graham.

Pero aún hay muertos en cunetas. Entre ellos, los dos hermanos de Amparo Barayón.

Muerte en Zamora ya es parte del proceso de recuperación tan necesario en este momento. Momento en el que se vuelve atrás, derogando leyes autonómicas de la memoria democrática, como ha hecho Aragón.

Parece que el franquismo sociológico, por desgracia, sigue bien vivo en este país.