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Mujer, democracia y justicia igualitaria

07/03/2013

 

Dice Victoria Camps que la política sin ética es ilegítima, y que la ética, sin proyección pública, se reduce a escapismo.

Lo que hace avanzar a la sociedad no son las leyes, sino una ética colectiva que aplique la justicia igualitaria, el bien común en beneficio de todos.

El grado de democracia de un país se mide, al menos en teoría, por el grado de igualdad recogido en sus leyes y en su Constitución. Por los mecanismos que evitan la discriminación.

Pero en el caso de la igualdad entre hombres y mujeres la cosa se complica. Porque la sociedad se empeña en resaltar nuestras diferencias en vez de aceptar de una vez por todas que se trata de personas diferentes, pero iguales en derechos.

La mujer no nace, la mujer se hace. Para tener identidad, es necesario un espacio propio, relaciones sociales e independencia económica. Desde ellos se consigue el reconocimiento social. La mujer no siempre los tiene. Por eso no es libre en su elección y asimila con frecuencia usos patriarcales que acepta y reproduce.

El sociólogo Bourdieu afirma que una violencia simbólica asigna papeles establecidos a hombres y mujeres. Papeles que predeterminan las formas de vida en la sociedad y hacen legítima la desigualdad.

Funciona a la perfección una jerarquía de género asimilada por todos, hombres y mujeres. Algo que sólo es histórico y educacional, la dominación masculina, se convierte así en natural. Y es perpetuado por familia, escuela, religión y una sociedad entera empapada de estereotipos.

Decía Clara Campoamor:

Sólo es un problema de ética reconocer a la mujer derechos como ser humano. El feminismo, que algunos intentan ridiculizar como extravagante, debería llamarse simplemente humanismo.

Eran los años 30, y hoy parece estar vigente todavía.

Seguimos siendo ciudadanas de segunda. El poder político, sólo nos ha administrado, no nos ha representado.

Hemos conseguido, eso sí, con una larga lucha, presencia cuantitativa, ser visibles. Pero falta mucho más.

Se trata de políticas de decisión cualitativas.  Se trata no sólo de estar sino de participar. Se trata de integrar a la mujer y al resto de marginados en políticas del bien común. Devolverles lo que es sencillamente suyo. No concederles las migajas.

Ello supone nada más y nada menos que profundizar en la democracia. Hacerla más participativa, abierta y flexible.

Más dispuesta a escuchar que a hablar o a imponer.

Más plural, aceptando diferencias y compartiendo intereses. Porque la igualdad no es cosa de mujeres, es cosa de todos.

Más solidaria, evitando exaltar valores individuales y arrogancia y recuperando virtudes del cuidado que se desprecian por considerarse menores: solidaridad, humildad, empatía… La «otra» gramática del poder, como afirma Victoria Camps.

Ello exige una tarea urgente de educación en igualdad.

Acabar con la falsa diferencia entre trabajo remunerado y trabajo en el hogar, que es una de las trampas más rentables del capitalismo.

Hasta que la salida de la mujer a la esfera pública no se complete con la entrada del hombre en la privada no habrá igualdad.  Hay que llevar la acción positiva a lo cotidiano, impulsando un reparto efectivo del trabajo doméstico y el cuidado.

En palabras de Hanna F. Pitkin:

Las mujeres deberían ser tan libres como los hombres para actuar públicamente, los hombres tan libres como las mujeres para criar y cuidar

Para ello hay que promover jornadas razonables que permitan conciliar vida familiar y laboral a hombres y mujeres. La mujer no puede ocuparse sola de la familia, ni asumir dos trabajos si quiere realizarse. El hombre tiene que entrar en el hogar, asimilar virtudes consideradas menores y compartir responsabilidades.

Esto no se logra con la actual Reforma  laboral neoconservadora que pone trabas a la conciliación o con el abandono de la educación infantil y la asfixia de la Ley de Dependencia. Tampoco con un comité de Bioética en manos del integrismo religioso que convierte la ética pública en moral católica.

Nada funcionará sin un cambio ético que permita plantar cara a la tremenda injusticia de despreciar no sólo a las mujeres, sino a todos aquellos que contravienen el dogma patriarcal: gays, lesbianas y transexuales.

El viernes, 8 de marzo, vuelve a ser más que necesario el Día de la Mujer.

Si no es por convencimiento, al menos por egoísmo, por la esperanza en un mundo mejor se debería dar una oportunidad a la igualdad real y efectiva. Que las mujeres no tengan que soportar más esta esquizofrenia entre ser mujer y ser persona. Que no tengan que vivir en dos mundos donde las normas y patrones son diferentes.

Que la ética democrática integre a todos los seres humanos, sin diferencias, y que la acción política deje de administrarnos para integrarnos y representarnos.

Porque, en el fondo, la tarea de emancipación femenina es una tarea de profundización en la democracia.

Pinturas de Perla Fuertes; Ojos que no ven; Vacío; Resistencia

2 comentarios leave one →
  1. 07/03/2013 23:47

    Tú lo dices, esto exige una tarea urgente de educación en igualdad, en respeto, en solidaridad, en compromiso, es decir, de educación con mayúsculas, con todas sus consecuencias. Por desgracia, los tiempos no parecen propicios para este tipo de excesos; hablar de personas, sin más, resulta otra vez subversivo y, para desdicha de hombres y mujeres, soplan sin demasiada fuerza los vientos de la igualdad por las aulas, patios y pasillos de nuestras escuelas. Nada es casual, mucho menos los cambios legislativos y los recortes en educación.

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    • 08/03/2013 9:52

      Josefina R. Aldecoa dice en su magnífica novela Historia de una maestra : «Que dicen en la taberna que usted quiere hacer a los chicos, chicas. Para que pierdan la fuerza y no trabajen en cosas de hombres». El reproche venía de un intento de la maestra republicana por educar en igualdad en una sociedad rural empapada de estereotipos patriarcales.

      Desde aquel sueño de la II República de hacer de la educación un motor de regeneración social y poner las bases de la justicia igualitaria, han pasado muchos años y más penalidades.La mentalidad androcéntrica permanece. La escuela es el segundo paso para romper moldes injustos. El primero es la familia. Y, sí, sin medios y abandonada, como está ahora, seguirá perpetuando desigualdades. No sólo de derechos femeninos, sino de las personas. Todas.

      Frenazo y marcha atrás en educación, en democracia y en ética colectiva. Mi esperanza es que los avances, que los hay, resistan el golpe neoconservador. Por todos, hombres y mujeres.

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