Saltar al contenido

Aquel héroe de la infancia

03/11/2013

Aquella hora era mágica.

Habían pasado, lentas,  las horas del lento verano en el pueblo de los abuelos.

Se sentía aún el calor de la siesta. Los silencios.

La sombra fresca, al lado de la bisabuela, nos libraba de la cárcel silenciosa que imponían los mayores en las horas de calor. Empezaba a caer la tarde.

Y llegaba la hora del “correo”. Y corríamos ansiosos calle abajo, sin importarnos el calor. Cruzábamos veloces el pueblo que despertaba de la canícula.

Aquel entrañable autobús desvencijado llegaba rodeado de humo y ruido. Lo veíamos aparecer por la curva enmarcada de álamos y su respiración quejumbrosa de anciano era para nosotros el anuncio de la promesa más esperada.

Venía cargado con personas hasta en el techo.

Y en sus entrañas guardaba, junto a los demás equipajes, aquella bolsa mágica. El cofre de nuestros sueños.

El conductor nos la entregaba con una sonrisa cómplice. Era así cada día del lento verano.

Recuerdo que la tocábamos con ansia. Buscábamos bajo la tela las esquinas del ejemplar esperado.  Y nuestros dedos ávidos palpaban hasta encontrar el tacto de los cuadernillos enrollados.

“Hoy sí viene”, nos decíamos ilusionados.

Y era luego la carrera cuesta arriba. El placer de lo soñado. Dilatar en el tiempo la intriga de lo esperado. Nunca abrimos la bolsa antes de llegar a la casa.

Y después, los mayores, dueños de la bolsa y de su contenido, sacaban como si nada, sin apenas mirarlas, las historietas.  Y nos las tendían.

Tocarlas ya nos hacía temblar ante lo nuevo.

Mirar la imagen de portada era vivir una nueva vida. La promesa de la aventura truncada. La continuación de la historia interrumpida.

 Llegaba el héroe de nuestra infancia. Aquel Capitán Trueno, quijotesco y noble. Un héroe de carne y hueso, con errores y aciertos, humano y dubitativo, lejos del cartón piedra de los héroes de mentira.

El defensor del débil frente al malvado villano. El caballero de las Cruzadas.

Como dice Asfalto en su canción,

De él aprendimos que el bueno es el mejor 
aunque al pasar el tiempo comprendemos que no.

Aprendí más tarde que el autor de los textos, Víctor Mora, tuvo que salir de España huyendo de los fanáticos ganadores de la Guerra Civil del 36. Su padre era un republicano convencido.

Un hombre que lo dejó huérfano muy pronto:

Yo tenía 10 años y algo más, cuando mi padre me dijo: “Víctor, papá se va a morir. Tienes que ser valiente”.

Que, de vuelta a España, tras morir su padre, se formó como escritor.

Si me preguntan cómo pasé de niño sin escolarizar a escritor, puedo decir que fue leyendo constantemente…

Que conoció en la editorial Bruguera a la que sería su compañera, Armonía Rodríguez, que lo acercó a la militancia de izquierdas.

Que militó en el PSUC.

Que, en pleno éxito de su héroe , Mora y Armonía fueron detenidos por la policía franquista a causa de sus actividades políticas («masonería y comunismo», según el acta de la acusación) y pasaron una breve temporada en prisión.

No hay duda de que alguien se movió por nosotros, aparte de las personas corrientes… Armonía solo recibió una bofetada… Yo, nada de nada… No hemos sabido nunca todos los detalles de lo que ocurrió. El resultado, fueron unos meses en la cárcel… Tiempo después, de vez en cuando, la policía venia a casa de madrugada, a registrar… ¡Era una historia de constante sobresalto, de nunca acabar…! Ya estaba más que cansado.

Que también escribió las aventuras de otro héroe, El Jabato. Aunque este nunca logró sustituir a su modelo, el Capitán Trueno.

Que la editorial Bruguera, que  publicaba sus historietas,  al igual que otras editoriales, forzó una patriarcal, opresiva y corporativa relación con quienes trabajaron para ellos y negó,  en muchos casos  hasta hoy mismo, los derechos de propiedad intelectual de esos autores y de sus creaciones.

Que se exilió a París en 1962, harto de registos y de sobresaltos. Y que allí siguió su carrera como guionista, novelista y periodista.

Que de nuevo en España, en los años ochenta, produce la serie La Guerra Civil Española .

Si me preguntan por qué volví tengo que responder: ‘Porque amo a Catalunya y a España’.

Que, hoy, sigue teniendo espíritu de Capitán Trueno.

Pero todo eso lo aprendí luego. Entonces, solamente leía con avidez las aventuras por fascículos de un caballero cruzado y sus amigos. Y, sin darme cuenta, aprendía otras cosas.

Aquel Capitán Trueno de nuestra infancia era una isla de honestidad en una época de dictadura sin ética. Era un martillo de tiranos, un libertador de pueblos oprimidos.

Mora utilizó sus conocimientos de cultura clásica y su sabiduría literaria para burlar a los fanáticos censores que, en su ignorancia, no se percataron del tono progresista de su páginas. Y, cuando lo hicieron, el éxito les impidió acabar con el personaje.

Trueno, Goliath, Crispin, la rubia princesa nórdica, Sigrid de Thule, protagonizaban aventuras densas de calidad, con tramas inteligentes y muy por encima de la literatura de la época.

No lo sabíamos entonces, pero estábamos pisando una isla de libertad rara en una España triste, en un franquismo asfixiante.

 Él, el Capitán Trueno, hizo más llevadera la vida lenta de nuestros veranos.

Él, el honrado caballero, vuelve a cabalgar ahora en una época convulsa en la que la honestidad vuelve a necesitar héroes quijotescos que la defiendan.

Y volvemos a pedirle que vuelva. Porque ya no quedan locos, ni quijotes, ni héroes… Sólo un inmenso vacío entre tanta codicia. Un mundo al revés :

Ven Capitán Trueno 
haz que gane el bueno 
Ven Capitán Trueno 
haz que gane el bueno 
Ven Capitán Trueno 
que el mundo está al revés.

Fotografía: Víctor Mora posando en la exposición que se le dedicó en La Massana Còmic, el festival de Andorra del año 2003. Foto © Francisco Nájera

2 comentarios leave one →
  1. 03/11/2013 21:45

    En mi pueblo llamábamos «el Bartolo» al autobús, éste era el nombre de su propietario y conductor. A las dos, siempre puntual, aparecía en la plaza cada día y, aunque casi nunca tenía algo que cargar o descargar, la expectación que levantaba era enorme.
    Mi amigo Amador y yo leíamos tebeos sentados en los peldaños de la escalera que llevaba a la cámara de su casa; solos, en silencio, mientras los mayores descansaban. Es cierto, no sabíamos, entonces, nada de la vida de los autores de aquellos dibujos y textos que, sin embargo, conseguían que olvidáramos por unas horas la dura realidad que vivíamos.
    ¡Qué recuerdos me ha traído tu artículo! ¡Si volviera el Capitán Trueno!

    Me gusta

    • 04/11/2013 11:04

      Compruebo que nuestros recuerdos tienen muchas cosas en común. Cambian los nombres de las cosas: el «correo» es el «Bartolo». Tus dos eran mis cinco de la tarde. El «sobrado» es mi nombre para tu «cámara», donde nos desterraban los mayores a la hora de la siesta. Pero la esencia de aquellas tardes de agobio y silencios, con un tebeo entre las manos, es un territorio compartido.

      Eslabones del tiempo en la memoria, evasiones de una atmósfera casi irrespirable…

      ¡Si volviera el Capitán Trueno…! Y D. Quijote… Y los sueños perdidos…

      Porque ya lo decía León Felipe: «Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto… Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo».

      Seguiremos caminando y persiguiendo sueños.

      Un abrazo, amigo.

      Me gusta

Deja un comentario